martes, 1 de diciembre de 2009

HOY ES EL GRAN DÍA

NO DISCRIMINES





Positiva. Eres positiva, Lissette. Por eso tu vida la llevas de esta manera. Sonriendo, como aquella tarde en la plaza de armas bajo un radiante sol de otoño que no quiere irse. Positiva como eres, te ríes de la ignorancia que no entiende que los besos y caricias, no transmiten tu positivismo. Que así les invites un sorbo de tu vaso nada hará que sean como tú, Lissette. ¿Qué pena, no?


Tal vez si eso fuera posible, otros también se reirían cuando el sol los hace sudar. Eres tan positiva, Lissette, que no has dejado de soñar y pensar en los mañanas. Eres la misma de siempre. Esa niña chiquita que sueña con tener un hijo que le diga: “te quiero mamá”. Porque nada ha cambiado en ti, sigues pensando que todo es posible. Con ese positivismo es indudable que llegarás a tener una casita para abrigar a los tuyos.

Y quién sabe, mostrarás todos los dientes cuando el avión despegue rumbo a “las Europas” con un contrato en tu maleta. Todo es posible.


Por eso te volviste una activista que no teme esconder el rostro. ¿Por qué ibas a esconderte detrás de un pasamontañas si a tus 33 no tienes ni una sola arruga? No había razón. Ser positivo y tomar esas pastillitas de colores que llaman tratamiento antirretroviral no es una vergüenza. Vergüenza da discriminar. Tú sabes de eso. En los doce años que eres posita no todos te han sonreído como tú lo haces.

No todos saben de las lágrimas que derramaste en 1996 cuando tu ángel se fue al cielo. Y que el perdón que le diste a quien te dejó más que su huella te hizo un mejor ser humano.




Aprendiste también a cuidarte. Por eso ahora eres quien eres. Por eso ahora enseñas a otros que deben cuidarse hasta en su lecho de amor. O sea, encima que eres positiva también salvas vidas. Por eso me parece bien que te enamores. Me dijiste que era “negativo”, pero no importa. Importa lo que tiene por dentro. ¿Cómo no querer a un ser súper positivo?

domingo, 29 de noviembre de 2009

CUANDO ERA NIÑO . . .


Aunque no quieras ¡vive la vida! que para eso está, y si no te gusta ¡síguela viviendo! que ya llegará algo mejor.



Tenía siete años. Nos acabábamos de cambiar de casa. Fuimos a vivir cerca de la única posta de salud allá en ese pueblo. Todos los días para ir a comprar era necesario pasar por ahí. Como desde muy niño me atraía todo lo que tiene que ver con salud. Ya sea física o mental. Me parecía interesante poder entrar a la posta sin que nadie me viera. Pues tiene una vibra escalofriante que me llama mucho la atención.
Una mañana cuando pasaba cerca de la posta, escuché gritos horrorosos que a cualquier niño de esa edad asustaría tremendamente. Pero a mí no, en vez de temor me lleno de curiosidad. Así que a paso lento como un duendecito me acerqué hacia el cuarto de donde provenían los gritos. Al percatarme que no había nadie en la posta, ni un enfermero, ni el médico me asome más y más al cuarto. A medida que me iba acercando los gritos eran con más intensidad.
Cuando logré dar con la habitación me paré en la puerta y lo que ahí vi, fue una imagen que me marco de por vida. Quizás logre ver a mis cortos siete años mi propio porvenir.
Al costado del cuarto había una camilla con un agujero casi al centro. Ahí estaba un hombre echado desnudo y muy muy flaco, parecía un muerto viviente un esqueleto. En dirección del agujero había un balde en donde el pobre hombre defecaba y lo que botaba era imparable, no lo podía dominar así que el balde estaba lleno y sus eses se derramaban por el suelo. El intentaba gritar lo más fuerte posible, a pesar que los trabajadores de la posta lo escuchaban nadie quería acercarse a el, porque apestaba horrible, olía como a viseras en descomposición. Yo paralizado y seguro sin parpadear, estaba desconcertado, asustado, jamás vi algo así.
El hombre al percatarse de mi presencia, gira su cabeza hacia mi, pude ver sus ojos llorosos y muy salidos desorbitados; extendió sus manos y me dijo: “tu eres mi ángel? Estas viniendo por mi? Ya no aguanto más. . .! ya llévame . . .!”
No sabia que hacer. Cuando estaba a punto de gritar por la impresión. Siento unas manos que me cogen por la espalda. Era un enfermero que me había tomado en sus brazos. Para ese entonces yo ya estaba llorando.
El enfermero me llevo a mi casa y le cuento todo a mi mami. Pero yo no paraba de llorar. Me había asustado mucho que esa noche no pude dormir.

Al día siguiente. Ya un poquito calmado. Me atreví a preguntar a mamá acerca del hombre que vi. Porqué esta tan flaco? Que enfermedad tienen?
Mi mami tan moderna sin ningún remordimiento me dijo a secas: tiene SIDA.
No pregunte que significaba eso. Pero en mi inocencia presentía que se trataba de una enfermedad muy mala.
El hombre murió y fue velado por unos cuantos borrachos en una chocita aislado del pueblo. Me consta, porque le pedí a mi mami que me lleve a verle.
Era triste. Mami sin conocerle al hombre se quebró en llanto y yo con ella. Lloramos juntos de pura pena y lástima.
Es por eso que me limito por ahora a contarle mi situación a la mujer que me alumbro y que espera mucho de mí.
Debe ser la peor noticia que un hijo nos pueda dar.

C D 4

  La primera vez que le presté importancia a las células CD4, fue a los 17 años cuando me diagnosticaron el VIH. Desde entonces y hasta...